-La necesidad del filtrado
Vivimos en un mundo lleno de estímulos para nuestros sentidos: visuales, sonoros, auditivos, olfativos y táctiles. Estamos constantemente percibiendo. Siempre hay algo que mantiene activo nuestro cerebro, todo el tiempo sucede algo.
¿No debería ser insoportable? ¿No es estresante estar siempre recibiendo llamadas de atención? ¿Por qué esa ausencia total de silencio no nos acaba agotando? ¿Y cómo damos abasto para procesar tanta información?
La respuesta nos la da la Psicología. Nuestra mente, sin que seamos conscientes, realiza una labor de filtrado. Sólo trae a nuestra conciencia aquello que puede ser importante para nosotros. Dirige nuestro pensamiento voluntario sobre lo que, por algún motivo, destaca. Y el resto, lo gestiona en segundo plano, sin que nos demos cuenta.
Veamos un ejemplo: cuando nos enseñan a conducir, todo lo que aprendemos es información nueva, que desconocemos y que nos cuesta trabajo utilizar. Es por lo tanto, relevante, tenemos que pensar en ella. Pasamos los primeros días decidiendo voluntariamente qué hacer en cada momento (embragüe, palanca de cambio, embragüe, acelerador…), y generalmente estamos sobrepasados por tanto trabajo. Cuando automatizamos lo que tenemos que hacer, y nos sale «solo», quiere decir que esa información ya no es nueva. La dominamos. La hemos interiorizado. Y no necesitamos dirigir nuestro pensamiento consciente hacia ella. El inconsciente lo gestiona.
Otro ejemplo: si escuchamos una conversación con un amigo en un lugar ruidoso, los sonidos a nuestro alrededor nos molestarán y nos llamarán la atención. Son estímulos nuevos, y es difícil no considerarlos. Pero cuando llevemos un rato inmersos en lo que hablamos con la persona que tenemos enfrente, los repetitivos estímulos sonoros del entorno ya habrán perdido su novedad y su saliencia. Parecerá que dejamos de oírlos.
Al decidir qué estímulos son relevantes y merecedores de atención (y cuáles no, y por tanto pueden ser gestionados por el «piloto automático»), nuestra mente da sentido a la realidad. Y configura una imagen del mundo.
-La lección del cine americano
En el libro Herr Lubitsch Goes to Hollywood: German and American Film after World War I, la historiadora Kristin Thompson describe cómo el cine americano aprendió antes que el de otros países las bondades del filtrado. Durante las primeras décadas del cine alemán, cuenta Thompson, se solía creer que los decorados, para ser expresivos, tenían que poseer gran riqueza de detalles. Por eso, en las películas teutonas de esa época, vemos gran cantidad de muebles y de objetos llenando el encuadre tras los actores.
Y parecía lógico. Después de todo, si la vida real está llena de detalles, hacer que una película también los tenga debería hacerla más realista. Pero en la práctica nunca fue así.
En el cine de Hollywood, en cambio, para 1920 se había descubierto algo importante: el espectador no recibe una película como la realidad. No filtra sus contenidos, sino que parte de la base de que los elementos están ahí por algo. Que son el resultado de una realidad previamente filtrada.
Y es que, ¿no consiste en eso cualquier trabajo creativo? Elegimos cosas de la realidad que nos llaman la atención y las disponemos selectivamente, a nuestro antojo. Como en un cuadro o una fotografía. Ofrecemos nuestro filtrado.
Por lo tanto, el encuadre expresivo no era el que más elementos tuviese. Sino en el que se combinase con el resto de los elementos de una determinada forma. Sólo tenía que responder a su función dramática, no tenía por qué ser realista.
Por eso, los fondos de las películas americanas eran en general mucho más despejados: cuanto menos elementos hubiese, más valor tendrían los que hubiese y más expresivos resultarían. Si no quedaba más remedio que llenarlos, se desenfocaban para que no estorbasen. Así, se permitiría a la mirada centrarse en los actores sin que hubiese elementos superfluos que distrajesen de la historia.
-Conclusión
Cuando llevamos a cabo una obra creativa, asumimos las funciones del cerebro de quien mira a la realidad: filtramos con nuestras decisiones para ofrecer al espectador un punto de vista, en el que unos elementos determinados son los que destacan y se relacionan entre sí. Ese punto de vista particular es el que justifica el interés de nuestra obra. Por eso, en la medida de lo posible, hay que procurar ofrecer el menor número de elementos posible, en otras palabras: eliminar lo superfluo. Sólo así nuestro mensaje calará con fuerza.
Gracias al filtrado 🙂
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