Cuando decimos que disfrutamos de algo, ¿a qué nos referimos realmente? La expresión puede tener significados totalmente distintos en unos casos y en otros. Incluso cuando nosotros pensamos que estamos diciendo lo mismo.
El psicólogo israelí Daniel Kahneman, en su libro Pensar rápido, pensar despacio, ponía un ejemplo muy ilustrativo. Muchas veces hemos oído a un amigo hablar de un coche que tuvo: «¡Cómo disfruté de aquel coche!«. Lo está diciendo con total sinceridad, y sin embargo, ¿disfrutó realmente del coche? Los descubrimientos de Kahneman apuntan a que no.
Disfrutar del coche significaría que mientras lo conducía estaba sintiendo placer. Y normalmente, cuando conducimos, realizamos una tarea funcional como medio para un fin. El coche seguramente le permitió a nuestro amigo irse de excursión con su pareja, a hacer montañismo con sus amigos, o a la boda de su primo.
Es por eso que se produce el error en nuestra mente. Cuando pensamos en el coche retrospectivamente, lleva asociados recuerdos que nos parecen positivos. Y decimos: «Cuánto disfruté de aquel coche«. Pero objetivamente, no disfrutamos el coche en sí. Disfrutamos recordando el coche, porque trajo cosas que consideramos buenas. Quizá la sensación de independencia, la posibilidad de compartir experiencias o de romper la monotonía. Pero no disfrutamos del coche.
¿Es de perogrullo? Puede, pero más allá de este ejemplo, el asunto se vuelve complejo. Los experimentos de Kahnemann apuntaron a que hay un buen número de actividades «placenteras» que realmente no disfrutamos más que en el recuerdo. Tests realizados durante la actividad en sí, y luego meses después, revelan que la percepción cambia cuando nuestra memoria entra en juego. Le damos sentido a las cosas, y las categorizamos en buenas-malas.
Y más importante: parece que la vida de las personas occidentales encuentra buena parte de su disfrute y su sufrimiento en los pensamientos sobre el pasado y el futuro, más que en lo que nos está sucediendo en el momento que vivimos. Muchas veces nos conmueve pensar en las experiencias pasadas felices o desgraciadas, más que cuando tienen lugar. Y con el futuro, disfrutamos anticipando lo bueno que vendrá (un viaje que tenemos planeado), y tememos lo malo (la muerte). Estos sentimientos a menudo son más fuertes desde la distancia que cuando vivimos la experiencia en sí.
-Efectos sobre las historias
Estas tendencias psicológicas son tan poderosas que la mayor parte del cine occidental se basa enteramente en ellas. Todo buen guionista sabe que en la narrativa tradicional es más importante lo que sucederá, que lo que está sucediendo. El interés del espectador se mantiene haciéndole anticipar sucesos en la historia. Y esa anticipación se dirige mediante las cosas que ya han pasado. En definitiva, que el espectador se interese en lo que sucede en el presente de la narración es casi irrelevante. No disfrutamos la película en sí, sino la tensión mecánica que provoca en nuestra imaginación. Ya he hablado en alguna otra ocasión de esta forma de jugar con el público.
Por eso cineastas que no trabajan con la anticipación, requieren más esfuerzo del público occidental. Por ejemplo, cineastas como Jacques Tati en Francia, Yasujiro Ozu en Japón, Andrei Tarkovski en Rusia, o John Cassavetes en Estados Unidos, se salen completamente de las normas de juego tradicionales porque no buscan mantener el interés con la anticipación. Exigen una actitud contemplativa, y su trabajo a veces se relaciona con actividades como la meditación, el mindfulness y la cultura asiática. Ésta última contrasta con la Occidental porque se centra mucho menos en las nociones de pasado y futuro.
-Pero realmente, ¿qué disfrutamos?
Entonces, ¿hay algo que disfrutemos en realidad los occidentales?
Desde luego que sí, y es muy fácil comprender qué. Hay bastantes actividades que nos permiten disfrutar en el momento, que no se basan en el pasado y que no se viven en el recuerdo. Algunos ejemplos:
- Cuando algo nos hace reír. La idea provoca una reacción psicofisiológica que sucede en presente y que es placentera en sí.
- Experiencias físicas: saborear una comida que nos gusta, el placer sexual.
- La curiosidad como motor del pensamiento.
Por último, se me ocurre plantear la siguiente pregunta: cuando diseñamos un anuncio, ¿cuál de los dos disfrutes nos conviene provocar en el espectador que lo ve: el simultáneo, o el que se deriva de pensar en el pasado y el futuro?
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